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Cuentos: Lágrimas de vidrio

20 de septiembre de 2013


Estoy mirando a la luna. Las estrellas giran, giran en el cielo entorno a mí. Como trozos de vidrio pequeño. Tengo muchas ganas de tocarlas, estirar el brazo, sentir esas pequeñas grietas en mis dedos, sentir que soy lo demasiado valiente y fuerte como papá para tocarlas. Quiero sentirme grande. Quiero entender como él. No está. Se fue con un traje extraño, con mezclas de colores verdes y mostaza. Tenía un gorro raro. Tenía botas raras. Estaba serio. Ignoraba el vidrio que se recaían por los ojos de Mamá. 



Pero no vuelve. La luna es mi compañía ahora. La miro. Ahora quiero tocarlo. Pero me es imposible. Alguien aparece. No lo conozco. No sé quién es. Él se inclina ante mí, y me dice tres palabras que creo que jamás voy a poder olvidar. Estoy hecha de vidrio. Me destrozo. Tengo una grieta en mí. No estoy segura de si es en mi corazón, o en mi alma. No sé si estoy hecha pedazos. Lloro vidrios. Pero quiero volar, llegar hasta arriba, donde Papá estaba ahora. Pero no llegaba a él, no podía llegar a él porque no podía ser lo demasiado grande para llegar hasta el cielo. Era pequeña. Muy pequeña. Me repetían que nunca entendería nada. No entendía nada. Mamá se destruye. Me deja sola. Piensa que no puede y se va. No estoy segura de a dónde se fue. Pero me quedo en la oscuridad, continúo mirando al cielo. Los vidrios giraban de un lado a otro, libres, presumiendo esa libertad que no me permitían tener. No me moví. Papá prometió venir a buscarme. Él vendría, y yo me iría, con él, juntos, de la mano. Me contaría lo que le pasó, me contaría que no le fue posible corresponder a su promesa, porque la realidad era más fuerte que eso. Lo destruyó. Pero está ahí, en el cielo, mirándome entre las estrellas, detrás de la luna, en la luna. Quería abrazarla. Mi papá estaba en la luna. Él era la luna. Papi... papi estaba rodeado de las estrellas. ¿Mamá será esas estrellas? Siempre estuvo hecha pedazos. Ella también me observa. Me observan los dos. Me dejaron solos, en este mundo frío y oscuro. Nadie tocaba mi hombro para que me moviera. Mi cuello quedó así. Mirando al eterno cielo. En el día, mis ojos se cerraban, en la noche, mis ojos se abrían. Pero no me movía. Papi cantaba canciones. Mami también. Me cuidaban desde allí, con alguien más, pero no alcancé a descubrirlo del todo. Sentía que ellos me protegían a mí, y que él los protegía tanto a ellos como a mí también. Así terminó. Me morí en el frío y oscuro mundo. Esperando por esa sensación de salirme de mi cuerpo por una vez, tanto que lo ansiaba, tanto que lo pedía. Llovió vidrio. Las estrellas caían, y ahora parecían vidrios incendiados en un eterno sufrimiento. Pero cayeron para venirme a buscar. Mami me venía a buscar. Cerré los ojos por primera vez. Papi estaba oculto, pero volvió por mí. Me alumbró el rostro y esperé por él.

Todo se caía. Sonreí... sonreí cuando me tuvo en sus brazos, y besaba mis mejillas y mis nudillos. Me pidió perdón. No había vuelvo porque no pudo. Yo lo sabía. Era pequeña para entenderlo, pero lo sabía ahora. Me contó historias hermosas, y el por qué no volvió. Llevó ese traje extraño toda la eternidad. Un uniforme extraño, con manchas marrones, verdes, casi blancas. Colores polvo. Tenía una mancha roja en el pecho, pero no le tomé importancia. Mami me peinaba. Mami me hizo muchas trenzas. Papi me contó cosas maravillosas por toda la eternidad.


En honor para aquellos que cayeron en las guerras, en honor para aquellas familias que perdieron a un ser querido en las guerras.

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