Ese "pronto" me impacientaba mucho. Ahora era de mediana edad. Estaba a mitad de donde ellos estaban. Mitad de sus alturas. Ellos decían que unos meses más y me quedaría sordo escuchando los latidos de sus corazones. No me importó. Quería llegar a lo alto cuanto más rápido. Quería ser como ellos, enseñarle a los pequeños todas las cosas que me enseñaron a mí. Muchos animales pasaban por entre nosotros, muchos corrían, muchos se escondían entre nuestras ramas, muchos se pelaban y se cazaban. Por primera vez vi a un lobo correr, escapando de su devorador. Según mis amigos era un puma. No podíamos ayudarle. Él tenía que salvar su propia vida. No podíamos movernos como él. No podíamos tener el lujo de correr, escapar por nuestras vidas. Sólo nos movíamos por el viento. Sólo nos movíamos cuando las ardillas y los pájaros nos hacían cosquillas y movían nuestras ramas. Ellos decían que eso era malo, porque tarde o temprano nos pasaría algo como eso; El puma corriendo al lobo. Me decían que eso estaba pasando a muchos kilómetros de donde estábamos. Vieron como sus compañeros caían y no respondían más. Había humo, decían. Humo por todos lados. Humo siempre hubo, pero no tanto como ahora. Había más población, más pueblos, más individuos. Según ellos, eran los monstruos de dos patas. Los privilegiados en sentir, pero que no sabían que ése era un privilegio. Según ellos no sentíamos, pero no sabían de nosotros. No saben nada de la naturaleza. Piensan que lo hacen, porque saben destruirnos. Queremos ser fuertes, pero no podemos. A medida que crezco, aprendo más. Estoy a la altura de las ramas de todos. Han pasado ya casi diez años. El humo cubre todo el cielo. Tubos grises que liberaban humo negro, decían. Contaminando el río. Nuestras raíces estaban conectadas con ese río. Ahora el agua era asquerosa, pero era con lo único que podíamos vivir y beber.
Estaba durmiendo tranquilamente. Mientras eso hacía, una familia de ardillas lo hacía también, dentro de mí, dentro del hueco que se formó por tanto esfuerzo por purificar el oxígeno, el pesado humo que nos dejaba ahogados. Pero nos hacía bien. Consumíamos eso para renovar el oxígeno, aunque rápidamente se contaminaba. El hueco se formó también por tantas lluvias. Me dio más fuerzas y más ganas de vivir. Pero me estaba poniendo viejo. Estaba tan alto como todos lo fueron. Ellos eran más viejos, pero resistían. Yo era joven según ellos, pero me sentía viejo, muy sabio.
Estaba preocupado porque mi corazón estaba abajo, muy abajo, a la altura de un monstruo de dos patas, ellos decían que tuviese mucho cuidado.
Pero un día, de un gran diluvio ensordecedor, todos se alarmaron. A lo lejos, veían a un monstruo de dos patas. Decían que tenía el pelo largo, tan largo como un sauce. Se habían equivocado con uno de ellos, pero cuando se dieron cuenta de su humanidad, lo descubrieron. Era una mujer, según ellos. Una mujer muy pero muy joven. Una chica. Corría, estaba asustada, en apuros. Se dirigía a nosotros, aunque todos decían que no tenía dirección a dónde ir. Pronto se moriría ahogada. Pronto se moriría devorada por los animales salvajes de nuestro bosque. No podíamos hacer nada. Esperamos. Querían que se fuera. Pero yo no. Quería que, al pasar junto a mí se escondiera en mi hueco duro y vacío. Estaba más grande ahora, y estaba seguro de que cabría sin problema. Muchos animales ya habían dormido allí.
Y así pasó. La chica, a dos patas, corría desesperada mente y se paró a tomar bocanadas de aire, apoyando su suave mano en mi húmeda corteza. Miró dentro de mí, observó su entorno desesperada mente y así lo hizo. Se escondió dentro de mí. Se acurrucó en mi hueco. Quería moverme, acariciarla, secarle y decirle que estaba segura dentro de mí, no dejaría que ningún animal podría hacerle daño. Pero no podía hacer eso. Me quedé quieto. Sentí cómo temblaba, gemía del dolor, lloraba asustada. Pero se quedaba en silencio. Ella sentía. Sentía mucho. Sus lágrimas cálidas mojaron mi hueco, y me sentía un poco más vivo. La estaba ayudando de todas formas. Todos estaban enojados conmigo. Decían que ella arrancaría mi corteza, me destrozaría en todas partes, y me quitaría la vida sin más, sin ningún remordimiento. Los ignoré.
Me quedé despierto. Yo no dormía. Los árboles no dormíamos. Si lo hacíamos, era para descansar nuestro aliento pero conscientemente.
Cuidé de ella, y se retiró, tocándome por todas partes. Me sonrió, como si estuviera consciente de la ayuda que le brindé. Apoyó su cabeza en mí y no olvidamos cómo latía mi corazón.
Estaba enamorado. Enamorado de esa humana en dos patas. No podía olvidarla. Venía a visitarme, pero sólo dos o tres veces más. Después no volvió. Pasaron tres años. No la olvidaba. No olvidaba sus lágrimas secas en mi hueco viejo. Me sentía tonto por eso. Me había abandonado pero no podía olvidarla. Ellos me decían que estaba mal, pero no podían hacer nada.
Llegaron más humanos a dos patas. Estaba feliz, porque pensé que necesitaban ayuda de nosotros, refugiarse en nuestros troncos huecos para sentirse cálidos y protegidos en la noche. No fue así. Una cosa con cuatro ruedas nos derribó. Derribó a mi familia, a los que me contaron cosas increíbles, a los que me enseñaron a crecer, los que me enseñaron a cuidar de los animales que vivían en mí, a los que me enseñaron a sobrevivir en la sequía del verano, me enseñaron tantas cosas, y ahora caían, pero no gritaban. Me dijeron;
"Esto es lo que nos hacen. Les brindamos todo, y nos devuelven con esto. Te lo dijimos, te lo dijimos. No hay que creerles. Son muy engañosos. Sienten, pero a veces se olvidan de eso. Sienten, pero en realidad a veces pensamos que no sienten. No saben que tenemos vida. Piensan que sólo somos madera. No saben las cosas que vivimos, los mileños que sobrevivimos. No saben nada, y aún así nos quitan la única vida que tenemos. Vinimos acá para ayudarles, esta es nuestra misión. Ayudarles, y esperar a morir, o a que ellos mismos nos maten. Saben que vivimos, pero no les importa. Hasta... siempre".
Y así fue. La cosa de cuatro patas me arrancó. Les costó arrancarme. No me iría. Otra cosa apareció, y a la fuerza me desprendieron de la bella tierra. Me desprendí de lo único que tenía. La familia nueva de ardillas que vivía dentro de mí murieron aplastadas. Los bebés salieron, pero se atascaron entre mis otros compañeros. Quise llorar, quise llorar. La sabia se derramaba por todos lados. Ellos gruñeron, quejándose de la sabia. Mis raíces lucharon por volverse a prender en la tierra, pero no pude, no pude, no pude no pude.
Todos se murieron. Yo sobreviví unos días más. Nos dejaron ahí porque tenían que hacer algo más importante. Pero iban a volver por nosotros, y nos destrozarían por completo.
Así fue. Ignoraron los latidos de nuestros corazones pidiendo por vivir, pidiendo misericordia. Estaban serios, otros reían. No les importó. Fui el último en morir. Me quedé viendo cómo los cortaban y se los llevaban. Ellos no contestaban.
La chica, de la que estaba enamorada, apareció. Me sonrió. Me acarició.
Pero no me miraba a mí. Miraba mi tronco, mi tronco hueco.
No sentía nada. Sólo quería mi tronco. Nunca miró mis lágrimas. Ignoró mis lágrimas.
Todo se volvió oscuro, y no sentí más.
La misión en mi mundo había acabado.
:´'(
ResponderBorrarMe re hiciste acordar a Uri,Nada que ver la historia, pero la simple mencion de árbol me basta.
ResponderBorrarOh mierda el ultimo párrafo me partió en dos, Waaa
El relato es lo mas! Me encanta como escribís *-*
Que triste
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